CIC Colectivo La silla

CIC Colectivo La silla
Chile

jueves, 18 de junio de 2009

NORMA SEGADES-MANIAS - Argentina


Obsidiana. (Bitácora del viento)



Canto de luz por los altivos sacerdotes que interpretan a fuerza de obsidiana las descarnadas voces de los coágulos.

Se embriaga se estremece danza en el aire quieto su altivo majestuoso penacho de quetzales
cuando trepa las piedras
la osada arquitectura de los templos eternos hasta alcanzar el ara
mientras callan los pájaros
mientras duermen las hojas
mientras quiebra el silencio la luz del sacrificio.
Brillan los brazaletes en los músculos tensos
en el brazo extenuado por ofrendas compactas
palpitan las redondas orejeras con plumas las máscaras rituales
y al ritmo de plegarias que renuevan el pacto con los Benefactores
vibran los cascabeles que ciñen sus tobillos.
Porque Él es el Sirviente
el Sumo Sacerdote
intérprete de voces que erizaron la vida con su esperma celeste
que destilaron pulcras su calostro de estrellas desde donde el comienzo
desde donde la lluvia la niebla los enigmas
el crepúsculo ardiendo en pétalos efímeros
y ordena a la obsidiana sus racimos de muerte
y talla la agonía sobre pieles pintadas
y expulsa los relámpagos
y establece en las jícaras su avidez de estertores de coágulos espesos
cuando los dioses hablan en su idioma sin tiempo para nombrar el clima la tierra los solsticios
y escruta cada llaga cada víscera aullante cada pulso en la sombra cada gemido abrupto
cada gota que rueda peldaño tras peldaño
y eleva hacia los cielos el báculo dorado donde enredan las sierpes las toxinas azules los cuerpos poderosos los desnudos colmillos.
Es el Predestinado
el que negocia lunas de ceniza o escarcha
el que firma con sangre la edad de las cosechas.
Es el Predestinado
Amo de los Rituales
Maestro de la Hoguera
Señor de los Cuchillos que encienden las promesas la esperanza salvaje los júbilos prolijos.
En sus ojos de luto se engarzan los presagios
retumban los timbales las sonajas de ausencia
repitiendo los rostros de esclavos de guerreros de doncellas de niños
que marcharon sumisos a morar en la aurora
mensajeros sagrados caminando por sendas donde todo es propicio.






Crímenes en la noche. (Bitácora del viento)

De cómo fue que los soldados españoles se vieron obligados a evacuar la ciudad de Méjico siendo perseguidos, capturados y masacrados por los naturales en la lluviosa noche del 30 de junio de 1520.

Porque hay voces de sangre,
hay filos ciegos
en la noche,
en el viento,
en la borrasca
y aluviones anónimos de niebla
conmoviendo el espectro de la lumbre;
desde oscuras terrazas,
las serpientes
exploran los perfiles de la ausencia,
empuñan la traición,
trizan la vida,
agazapan sus cóleras azules.
Cae una lluvia audaz,
ineludible,
sobre cada esperanza desvalida,
cada ascua de ambición,
cada deseo,
cada pecado,
cada esquirla impune.
El mundo es un desorden,
es un caos,
una región de encono amarillenta
donde se engendran ráfagas de infamia
y el estandarte de la fe,
sucumbe.
Porque hay náuseas atroces,
juramentos,
soledades,
delirios a mansalva,
fugas hacia la cepa del silencio,
demencias insepultas y derrumbes;
el miedo se escabulle,
amortajado,
se desliza por calles en sigilo,
se despeña de puentes y terrazas,
se precipita en piélagos de azufre.
No hay nada,
más acá del horizonte.
Nada,
excepto esta huida miserable
amamantando ruegos y estertores
con los odres resecos de sus ubres.
Nada,
excepto las zarpas clericales
aguardando los signos del eclipse
para hender,
con vehemencia de obsidiana,
el lúgubre estupor,
las fiebres lúgubres.
Nada,
excepto el ritual antropofágico,
el corazón latiendo a la intemperie,
los gritos desollados,
el martirio
naufragando en sus pústulas de herrumbre.
Nada,
excepto cadáveres hediondos
de mirada distante,
inalcanzable,
yaciendo en medio de una muerte absurda,
una muerte sin féretros,
sin cruces,
bajo una lluvia eternamente triste,
eternamente pena acompasada,
eternamente repetido llanto
goteando sobre el duelo,
por costumbre.




Salomé (En nombre de sus nombres)

“Pero cuando se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes, por lo cual éste le prometió con juramento darle todo lo que pidiese. Ella, instruida primero por su madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista.” (Marcos 14:6-7-8)

Escucho,
desde lejos,
las denuncias,
las recriminaciones,
las censuras,
las insidias de bordes insolentes reptando por los muros del palacio
en el eco rotundo de sus voces.
Pero nadie se atreve a ajusticiarlo,
a desnucar sus ojos encendidos,
porque este tiempo ha sido revelado como el advenimiento de otro reino
sobre la piel ajada de los códices.
Yo sólo libro el fuego de la danza al ritmo de sonajas que percuten
junto a los balanceos,
las flexiones,
el arquear obediente de mi torso junto al suave pulsar de los tambores
y ese inmisericorde fanatismo enjuiciando la vida de mi madre
que ya no pueden ocultar las cítaras;
ese apasionamiento huracanado condenando el ritual de mis amores.
Me acosan las miradas de lujuria adulando mi vientre delicado
moviéndose,
sinuoso,
entre los velos
que caen como hojuelas otoñales multiplicando el goce en los azogues.
No lo asesinan leyes ni preceptos,
lo matan mis caderas complacientes,
mi fragancia a hembra en celo
y el alfanje
instaurando entre coágulos desnudos la decapitación del horizonte;
lo mata mi mirada seductora enmarcada por sombras de antimonio
mis piernas impetuosas,
mi cintura,
y el engreimiento de sentirse dueño de la vida y la muerte de los hombres.
Lo mata el erotismo,
la impudicia,
la voluptuosidad adolescente que funda entre mis muslos su desgracia.
En bandeja de plata
su silencio
como obsequio a la puta de la corte.