CIC Colectivo La silla

CIC Colectivo La silla
Chile

viernes, 13 de junio de 2008

Liudmila Quincoses - Cuba

Ánima sola

I

La clarividente ha corrido su cortina con parchos
y me ha invitado a entrar en su recinto.
Donde un aire pesado trae olores
a salvia, a cera derretida,
a perfumes en frascos diminutos,
como si hubieran sido hechos
sólo para que ella los tocara.
Dos sillas y una mesa y muchas cosas,
los ángeles de Dios están sentados
a nuestro alrededor.
Yo no los veo,
ella los invoca y leo en sus ojos
los nombres de mis padres
y los nombres
de los que alguna vez fueran sus padres.
Veo que enciende la vela
mientras habla con los muertos
y pide que se acerquen,
pide verlos.
Sobre la mesa el vaso,
sólo un poco de tierra lo rodea.
El círculo del vaso es como un pequeño lago,
como un espejo de agua
donde acuden las imágenes.
Sólo tienes que fijarte para ver
la historia que el agua le cuenta
a la clarividente.
Allí, en el vaso
otro habla desde la muerte,
a tu espalda.
Escúchalo,
no es por gusto que escribe sin manos,
que dibuja suavemente esas figuras
en el agua quieta.


Vísperas

Como una araña tejí mi casa,
tejí los mármoles y los espejos.
Los altos ventanales
donde siempre es de noche.
Pensé la vigilia debe acabar,
pero es insondable
y sin dudas eterna esta única noche.
Subo y bajo las profundas escaleras,
todo es blanco,
terriblemente blanco y bello.
Amo mi casa sin árboles,
sin el mar.
Pero extraño mis ojos,
esos otros ojos adonde se asombra
el sol,
la enorme claridad de las mañanas.
Era feliz, entonces
no poseía las llaves de lo eterno.


Mensaje a Esmirna

Esmirna, mi mensaje es horrible;
nada me produce más placer que anunciarte
alegría
y he aquí que solo he venido a mostrarte
tristezas.
Ciudad translúcida
de contornos vagos como sueños,
Esmirna, tus mendigos son príncipes
y tus príncipes visiones.
Extraños comerciantes plantan sus tiendas
al sol
o bajo los portales de alucinantes fresnos
y venden todo tipo de magia,
toda clase de encantos
para los que, como yo, se dejan poseer.
Ahora, escucha:
ojalá sólo tuvieras oídos para escuchar el tañer
del címbalo,
las voces de júbilo.
Un ángel de Dios vino a mi encuentro y dijo
que todas esas cosas,
Que todos esos hombres, en verdad,
nunca existieron.
Yo conozco tus obras y tu tribulación.
He venido a librarte del peso infinito
de la gloria,
perdóname
pero mis órdenes son estrictas,
nada ha de quedar,
ni piedra sobre piedra.
Tus almenas serán el encanto
de los arqueólogos
de otro tiempo;
los esqueletos de tus mujeres, joyas antiguas,
y la ceniza que ahora veo perderse,
solo un pobre recuerdo de este hombre infame
que Dios ha elegido para ser odiado
de generación en generación.
Esmirna, no eres tú la única que muere;
poco falta para que la oscuridad invada
por siempre mis ojos
y mi memoria,
La aciaga profecía está por cumplirse:
Moriré esta noche, quemado por descuido.
El corazón quedará intacto de tanto odio;
cubierta estará mi tumba por un polvo eterno.

a Concha Tormes


Breve reseña

Liudmila Quincoses nació en Sancti Spiritus en 1975. En 1994 Un libro raro, obtuvo el Premio de la Ciudad, de Santa Clara y con Los territorios de la muerte en 2001 obtuvo el Premio Pinos Nuevos. En 2002 fue galardonada con el Premio Calendario por su libro Poemas del último sendero.

Alessandra Molina - Cuba

As de triunfo

Je reviendrai avec des membres de fer, la
peau sombre, I´ oeil furieux: sur mon
masque, on me jugera d´une race forte.
J´aurai de I´or.
Rimbaud

No vas a decir una palabra inteligible
o vas a decirla
de modo que se retorcerá la antigua serpiente
que busca y lame su cola con deseos insaciables.
Ni álgebra ni filosofía
calmarán las palpitaciones de tu corazón;
opio ni barcos aliviarán la premura
por hacerte una persona confiable.
Nada. Todo será inútil.

El barco acogerá tus manos
pero serán devueltas tus lánguidas
que no podrán sostener unas monedas.
Robarás a los desconocidos
cuando hayas robado lo más fácil,
los hurtos a la madre.
Adentro te tragará la hiedra de los muros,
lejos tropezarás con la flora silvestre,
y aún, ni álgebra ni filosofía
calmarán las palpitaciones de tu corazón.

¡Historias increíbles, los sintagmas tiranos!
Confesarás con un instrumentos de pasión
y lástima
ante la pupila más vigilante,
envilecida para siempre.
Fingirás el suicidio. La cólera y la alegría
porque tendrás suicidios, cóleras y alegrías.
Al mediodía dormirás la noche
y durante la noche te preguntarás quién soy,
quién soy.
Cuál nombre darás a tus trabajos
si habrás llegado a ellos por la expulsión del arte
y del arte no gozarás una figura
más que la serpiente
cuando se haya tragado
su muchas veces retorcida cola.

El alga y la fiebre,
la vigilia y la tierra,
la danza virtual y el contrabando...
Vagarás
por una belleza sin palabras
pero nada habrá calmado las palpitaciones
de tu corazón.
Lo digo yo,
Sentada sobre un contén ante el vano de una
puerta
en una calle donde los autos modernos
se ensamblan milagrosamente a la arquitectura
corroída
demasiado estrecha.
¡A tal punto ha llegado la previsión científica
del comercio!

Las piernas inmóviles por el comercio,
yo, nombrada la idiota, casi siempre ignorada,
que cuento una, dos, tres,
cuatro mil bolsas de nailon transparente
sin reliquias ni souvenirs,
llenas del aire llena de cada una entre las otras.
Vientre de nailon que soy
y que ha parido al buscador de triunfos.


Teatralidad

Recuerdo de esa historia la vieja cabeza de un hombre que era miedo y teatralidad. Sesgó y no por eso su cabeza obtuvo un palmo de altitud. Se hizo agua de lluvia, terminado el campo comenzó el temporal. Como un intruso sin pasión que decir, se acercó a la ventana y sobre el cristal su aliento hizo el rosetón de una concha desprendida. Más allá los caballos se hundían lentamente, negaban su habilidad, la salvación de alguien. El cuerpo de un joven hincaba en los mejores caballos de la región, casi invisible, un fantasma alborotando al animal. Volví a ver la mancha salina de la concha más blanca y cortante que nunca: aquel rostro me hablaba del cuerpo joven que iría hacia el dolor. Dejó de llover, adentro seguía la risa y el canto, la hoguera y el alimento. Volveré a ser la esposa enferma del intruso.


Breve reseña

Alessandra Molina nació en La Habana en 1968. Poeta y editora. Ha publicado As de triunfo, 2000, en la Colección Manjuarí de la UNEAC.

Damaris Calderón - Cuba

El espectador sin espectáculo

El espectador sin espectáculo es una idea absurda
Nietzsche

Dos muchachas, dos caballos corriendo, torsos adelante, belfos que
rompen ramas, ancas que crujen CORRER CORRER CORRER a la
estación vecina, CORRER CORRER CORRER como si las azuzaran
perros que no las azuzan.
—Un cántaro de leche —dijo Pep—. Mi infancia es como un cántaro
de leche. Humeaba. Se quebró. Mi madre mecía una cuna y
entonaba una canción con el pie. Con el pie le daban a Emiliano, le
reventaban el hocico, lo ataban por detrás «para que cantara».
—Y cantábamos bajito haciéndonos cosquillas bajo las sábanas para
que no nos oyeran los demás, hasta que llegaba mi padre y se pasaba
una mano por los ojos.
—Por los ojos no, por la visera.
Mi padre tenía una visera que impedía mirarle a los ojos. Como el
caballo que amarraba todas las noches junto a la cama para que no
pudiera CORRER CORRER CORRER como nosotras, dos
muchachas (todavía no, dos niñas) con las rodillas peladas girando
en redondo al fondo de la pieza.
—Amárrenla —dijo el de la visera—. Clausuren las ventanas.
Como si fuera posible hacer algo más que ir dejando las cosas detrás
y CORRER CORRER CORRER CORRER CORRER CORRER
CORRER CORRER.
—Eso puedo olvidarlo —dijo Pep—. Lo que no sé es si puedo
sobrevivir.
Pie: Extremidad de cualquiera de los miembros inferiores del
hombre que sirve para sostenerse o andar. Parte análoga y con igual
destino en muchos animales.

—Ésta es tu cabeza.
Y éstas tus dos manos.
Y éste tu tronco
dijo como afirmándome.
Y éstos tus dos pies.
Y ya no pude tenerme en pie.

Cuando me olvido que soy dos
lloro por mí toda la noche.

Pep era demasiado grande
antes de que la sujetaran
a los barrotes de la cama.


DE LA DIGNIDAD DE LOS OFICIOS

El jardinero corta flores
el verdugo cabezas.
El cerrajero hace llaves maestras
el ladrón prueba su ganzúa.
La madre carga a su hijo
los sepultureros cargan muertos.
Los marineros atraviesan mares
las balas atraviesan corazones.
El dentista hace abrir la boca
la prostituta abre las piernas.
Los herreros aherrojan las bestias
para que no se vayan
por el camino equivocado.

Y dijo Pep:
—Cuando algo te duela, no lo apartes,
húndelo en ti, cantando,
como se hunde la moneda en el fondo del río.

—A las deidades del cielo se les inmolan animales
con la cabeza mirando a lo alto,
a las del infierno,
con la cabeza mirando hacia abajo.

Eso dijo.
Y le hizo (me hizo)
doblar la cabeza.

Emiliano, el tercero de nosotros,
cuando éramos tres (si llegábamos a ser tres)
tocaba la flauta como una navaja.
Por eso dicen que se hizo asesino.

Cuando a Pep le levantan el vestido
yo puedo oír los ruidos
y las fricciones más amargas
que sobadas de abuela.
Y cuando el vestido se queda solo
yo sé que sufre de cosas
que ni siquiera el viento se atreve a repetir.

Con zumo de naranja
con ramas de albahaca
con miel y cascarilla
con el sagrado corazón de Jesús
se limpian los males
de esta casa
cerrada
sin espíritu

Rayan el cielo
lo podan
lo recortan.
Pero entre los barrotes
el cielo crece como pasto.
Se expande sin pudor
mancha las sábanas
Azul Azul
para pavor de las enfermeras.

—Igualita a su padre —me dicen—.
Con los mismos hermosos
dientes de caballo.

Y al río nadie
(ni mi padre)
lo puede sujetar.
Y trae botellas, corchos,
juramentos de amantes,
cartas, ahogados,
y otros desperdicios
que esperamos con júbilo.

En esta tierra
tubérculos y hombres nos sembramos
en espera de la resurrección el milagro.
Así morimos.
Así nos levantamos cada mañana.

La cabeza inclinada.
El torso adelante.
Y las piernas que marchan
en dirección contraria.

húsar:
algo que ni Pep ni yo llegaremos a ser.
Y cuando seamos tres
(si llegamos a serlo)
Emiliano andará por las azoteas.

Y encontramos la cabeza de la vaca muerta
la astuta vaca sabina que nos hizo creer
que aquí podía levantarse un imperio.

¿Loviste?
No.
Noneo.
Ninguno.
Nacido.
Nonato.
Vaciado.
Cayendo.
Golpeando.
ras
con
ras.

¿Quién frota estos cristales y no es el invierno?
¿Quién se aleja con pequeñas pisadas?
Natividad, Natividad,
¿qué nombre dije?

Pulsión
de la
hoja que cae
febrilmente
amarilla
y
todavía
no
alcanza
el
temblor
de
una
mano.

Las palomas picotean el tendido eléctrico
cables de alta tensión
huesos que duelen
juntura
con
juntura.
Y las cotorras pasan hablando en lengua
y el Ecuador cayó
los polos giraron.
Ahora mismo está nevando en la calle San Lázaro
y mi madre se sobrecoge.
Y yo busco una lámpara.
Ninguna
como esos ojos de mi madre.

Los ojos de mi madre
no vieron el horror de las guerras mundiales,
otras pequeñas, íntimas
la amarraron al horcón de la casa.
¿Con qué partes del cuerpo
sedujiste a mi padre,
que habrá temblado como yo?
Te amordazamos con las sábanas
te envenenamos con el agua
que nos traías del pozo,
Raquel.

Me alejé de mi casa.
perdóname.
Me alejé del corazón del hombre.
perdóname.
Olvidé la respiración de mi hermana.
perdóname.
La parra de mi abuelo, el sillón de mimbre.
perdóname.
Ya no soy digno.

A los mares les faltan afluentes,
a mis manos les sobran ríos.

Y vi que era hermosa vida aquella
la que se sostiene sobre dos patas.

Como los flamencos.
Pep apenas se apoya en un pie
y danza inmóvil
Como los flamencos.

A Pep la despojaron
hasta de los pronombres posesivos.

Fui
lo
perdiendo
todo
poco
a
poco.

Las cosas pierden su peso.
Las puertas pierden los goznes.
Las ventanas ya no se apoyan en los marcos.
Los rostros no se apoyan en las ventanas.

El campanero toca las campanas
y el pie que apunta a la eternidad
cuelga como un badajo.
El campanero, como el mulo,
su misión no siente.

Cuando secaban los muertos en carrera
era como una fiesta de domingo:
repicar de campanas, rechinar de las ruedas.
Y la cara jovial del cochero,
que avanza, pese a todo.

Por mí se va a la ciudad doliente.
Por mí se va al eterno tormento.
Por mí se va
tras la maldita gente.

Escucho a los insectos
y a los hombres
con la misma
perfecta
indiferencia.

Cuando yo me hundo en tierra,
Pep brota.
No somos avestruces
aunque pasamos todo el día con la cabeza metida en la arena.
Hacer agujeros es nuestra forma de avanzar.
Avanza, avanza el pie.

Para que yo escriba
Pep enloquece en círculos.
La verdad no es redonda.

La poesía no comunica.
Las palabras
no comunican.
El lenguaje
es una tercera persona.
Extinguirse.
Hacer las maletas
—rápido—
antes de que la noche
te sobreviva.

Envenenarse con los mares del Sur.
Y ser un extranjero
que no busca otra cosa
sino un lugar donde poner los pies.
Pero cuando se ponen los pies desaparecen los caminos.
El tiempo escribe en ti sus pequeños apuntes.

Cuando la explanada se cierra
vacía
sin excremento de caballo
sin yerba para enmudecer
ni relincho humano
nadie podrá indicarte el camino de regreso a casa.

— ¿Decías?
Yo me saqué a mi país de una costilla
y desde entonces ando con las manos vacías.

Con la próxima helada.
Cuando los pájaros emigren.
Tal vez el año próximo.
Una ventana.
Recostar la cabeza en ella
como si ese verdor fuera posible.

Breve reseña:

Damaris Calderón nació en La Habana en 1967. Ha obtenido el Premio al Poeta Joven, de la Asociación Hermanos Saíz, en 1987; el Premio Ismaelillo, de la UNEAC; el Premio de la Revista Revolución y Cultura, y el Premio de la Revista de Libros, de El Mercurio, Chile. Ha publicado: Con el terror del equilibrista, 1987; Duras aguas del trópico, 1992; Guijarros, 1994; Duro de roer, 1999 y Sílabas, Ecce Homo, 2001.

Caridad Atencio - Cuba

Sala ática

1 En una sección sobre El libro de las profesiones C.
explica al artífice el acceso de un cuerpo a otro.
Con las manos abiertas cerraría un camino.
Quiere sin muros la sucesión oculta, de
modo que la sombra del imaginario sea un
roce perpendicular.

2 En el único set la autómata y la momia.

Con el peso de aliento, el ojo,
Agua presa en sí misma y matizada.

3 C. Propone y no explica la porción inasible
de los dedos.

4 La autómata en sus garras de ornamento.

5 El artífice escucha. Sabe que C. confunde lo
invisible con la extinción, habla de urdimbre y
techo a los cuerpos vacíos.
Escuchar es acaso una virtud vencida.
Si es, ¿para qué mirarse?
C. no apunta, en las emanaciones de mis seres
va en azar fronterizo.

6 Luego de la agonía el goce de lo inerte, lo que
inventan tus ojos, la verdadera imagen.

7 El artífice en todas la proporciones. «Legítima
la muerte, ese primer misterio.
Tientos por el ausente

Dirección intocable. Ambigua en cualquier
ángulo. No hay nada más virtual que su paso
en nosotros.
(El silbido del agua que recorre el fuego)
Sonido que penetra.

El pájaro en los ojos, el pez adormecido entre
las manos...

La presencia de un instrumento cortante en una
pieza donde estoy desnuda.

Se desliza porque penetra. No digamos
lo opuesto.

/Algo he visto del fondo.

Subrayado en un libro de Nietzsche
Si en este texto que, en general, suele ser el mismo una noche que otra, recibe comentarios tan variados y si la razón creadora se representa hoy, por idénticas excitaciones nerviosas, causas distintas de las de ayer, ello se debe a que el apuntador de dicha razón ha sido otro distinto del ayer; otro instinto que se hallaba hoy en su más viva pleamar y quería satisfacerse, emplearse, ejercitarse y descargarse...

Nota al margen:

La culpa original del texto es la de no poder reconocerse a sí mismo. En la
(1) ya ha arrancado sus ojos.

(1) Palabra borrosa en el original. Se puede transcribir «asunción», así como «ascención».


La legis en el texto

Un problema de fondo, de sustrato vacío o
conjurado. Un asunto de espejo, un
segmento del agua y la figura. Zona de ventisca.
¿Qué hace al otro valerse del escriba?, ¿sostenerlo
y moverlo, al son de la propia osadía que ha creado: ¿El
sostén de aguas pútridas?, ¿nitidez sumergida de
la fuente?
Hay que sorber el limo, la hinchazón de cadáver.
Hay que guardar la huellas del desgaste cuando
acuda el peso de la transparencia.


Sitio de Lautréamont

1 El anhelo –ilusión – de salvar del desgaste a lo
virtual, crueldad inevitable como fondo.

La puesta a prueba de una función inútil.

(El resguardo, el engendro
en el espacio matemático)

2 En la intemperie, salvar, reproducir algo que
reproduce.
Contemplar impasibles la holladura del fruto.

3 Después del cálculo recibir por la suerte,
en apariencia a los objetos vivos.

La puesta a prueba de una función inútil.

Función en lo que niegan.
Sostenedores del misterio luego de herido.

Llevo el gancho del carnicero –huidizo y feroz –
gravitando en la sombra de los labios. Voy ahogada
en mi carne. Lo que tanto temía fue un suspiro,
revoloteando acaso la respuesta olvidada.

A más del golpe flojo de la carne en el filo armarás
con la inercia tus espejos
o la vertebración de tus preguntas...

Son las dudas que asfixian –empujan – la
intención.

El escritor no ha pronunciado: quiero hablar
a mi época.

El gancho avieso y huero, ensimismado, que te
espera en los bordes de la página, en la inconsciencia
cómplice,
ondas de la intención.

Manquedad de ese aire que satura sus próximas
maneras.
Reconstruir con nuestros ojos el pasado. En tal
cuestión el ángulo que cifra –guía – la lectura es
el abismo, necrofilia, la violación suprema –el
yo que inventa (escoge) el yo –,
Laxitud demoníaca de lo que no podemos
encontrar.

Después del roce, en su vacío de la carne el muerto
burbujea.

Al fin bebes la sangre en los jugosos frutos de la
humillación.


Breve reseña.

Caridad Atencio nació en La Habana en 1963. Filóloga, se ha dedicado a los estudios martianos. Ha publicado: Los poemas desnudos, 1995; Los viles aislamientos, 1996; Umbrías, 1999 y Los cursos imantados, en la Colección Manjuarí de la UNEAC en el año 2000.

Teresa Melo- Cuba

Agua / eau / toilette

He tenido en las manos Amarige del Givenchi.
Algunas otras cosas olían tan exquisitamente
como Amarige de Givenchi.
Otras no tenían su color o su aire.
No sería pedante atraer hacia acá
- este lado del planeta, o de mí, planeta-
el olor del jazmín violentando mi sueño
en una casa que ya no es.
Todo olor tuvo su casa.
Podría ser viceversa.
He vivido en casi todas las casas del mundo,
lo que sería decir que he vivido
en casi todos los olores del mundo.
Una casa no la música
olió amargamente a orquídea y a suicidio.
He dejado de creer en las orquídeas,
he dejado de perdonar los suicidios.
El de nombre de Karin sigue detenido en el aire
esperando el gesto mío que no sucederá.
Ignatius repite mientras cae:
soy el innombrable.
Se llenan de agua,
entierran el pecho en un metal,
entran al fuego.
Duermen dulcemente perdidos para siempre.
Pero los suicidados somos nosotros.
Se descubre cuando ya no podemos hablar
y estamos solos ante una pretendida y falsa
eternidad.
Somos nosotros. Aspirando
aire enrarecido, corriendo como perros
cegados
que buscan el resplandor del mar.
Torcer el cuello y ser silencio.
Esos, esos. Para no volver.
Exquisitamente. Como Amarige de Givenchi.


Anäis / Anäis / Anäis

Para la ocasión en que el cigarrillo avanza y
quema, Opium / Saint Laurent. Para el momento
de la suplicante, arrodillada en el cuerpo
interior, balante, atropellándose: algún
Habíbi dulce que la salve dulce que la salve.
En el lugar de los actores, marionetas movidas
Para mí, voyeur de fuerza, uno que pueda
Persistir sin consecuencia, uno que no derive:
Fresa Gel de Fresa. A la estación segura
en la que se cobija y espera y se musica, se
inciensa y mezcla con hielo y ginger ale: Amarige
de Givenchi. Para el tejido blanco y tokonomas
unos todos a la mar, el puente
fabricándose, engavetado el dolor / pain / dolor,
y yo que todo lo armo con fe en la
permanencia de la fragilidad, esa dispersión
fuera sólo Eternity. Fundido y olfateante por la
calle de Cuba, por el hilo en relieve que es
Cuba, para el marinero que se acoda solísimo
en la barra, tragando cerveza, espuma
envanecida se devora y es Cuba: podría ser Savage.
Agotado todos los olores: lo que pudiera ser la
hora violeta o la mar: esenciales Violetas:
avanzar y quemar, balante, atropellándose, uno
que no derive, espera y se musica, el puente
fabricándose, se devora y es Cuba: el Olor que las
revistas ya no pueden mostrarnos.


Cuaderno del mal amor

Es cierto. No atravesaremos este mar
ni le conoceremos su probable semilla.
Cómo el pájaro en el nido vacilante
cercado por el mar y el sueño, su intención duradera
el equívoco de los altavoces ahogando la alta voz.

Cercados por las aguas los ojos que
adivinaron la fijeza
de los ojos de Elia en flores temporales,
cercadas por las aguas
las piernas de quienes no pudieron
caminar por las aguas, cercadas
por las aguas las canciones que perdieron
su mitad tras esas mismas aguas.

El viaje de la memoria en torno a esas señales
se irá desdibujando,
uno y otro morderán su cola,
uno y otro arañarán la piedra
pero el limo inunda esa piedra
lamida interminable por el agua.

Vamos siendo nuestra propia isla
arriesgando leyendas sobre los límites del mundo
nos sentamos a desgranar consejas
palabras traídas por otros
pero todo lo desconocemos.
Podría no haber nada más allá de las aguas
podrían mentir los libros y los noticieros
y nunca lo sabríamos.

Cercados por las aguas usamos trucos infantiles contra
la desmemoria, elementales carnadas, por lo común,
inútiles, cuando está a punto de ser barrido por las aguas
quien siempre estuvo a merced de las aguas.

Una voz en La Habana:
- vamos a jugar a quiénes de los que están aquí
pudieran estar en cualquier parte del mundo ahora.
Otra voz:
- nadie.

Nosotros podríamos estar en cualquier lugar del mundo
ahora mira qué fácilmente
uno abre y cierra la ventanas
cuando el viento final igual las atraviesa
así de fácil podríamos
pero mira qué fácilmente
uno no es el extranjero de ningún lugar
uno no está nunca de regreso
Esa calle otra calle
y el único rostro anda por ellas movido por el
ademán del director de escena

Todo parece estar listo para un gran final:
una manera de rasgarse con elegancia el estómago
o una gaviota congelada sobre las risas mudas
de extraños que bailan a otros extraños abrazados

Mira qué fácilmente
una voz en La Habana
nos borra –lo pretende-
pero el final de la película
ni la voz en off ni dios ni yo lo conocemos

Tiene que haber un modo menos amargo
de salvar la luminosidad del cielo
para la foto infinita del turista
La isla cae en mí
como el martillo del juez sobre la mesa
sobresalta los rostros más inocentes
La isla está en mí
mira qué fácilmente lo decimos
lo que sabemos si vamos a salvar ningún cielo
ni a cruzar seguro la esquina
donde dos voces se interrogan y dicen:

vamos a jugar a quiénes de los que están aquí
pudieran estar
en cualquier lugar del mundo ahora.


Breve reseña

Teresa Melo nació en Santiago de Cuba en 1961. Estudió Filosofía en la Universidad de La Habana. Editora de la revista Cúpulas, del Instituto Superior de Arte. Actualmente trabaja en la Editorial Oriente de Santiago de Cuba. Ha recibido el Premio de la Crítica en 1999. Ha publicado El libro de Estefanía, 1990 y El vino del error, 1998.